inventivasocial on Wed, 18 Feb 2004 13:50:39 +0100 (CET)


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[nettime-lat] OPACIDAD Y TRANSPARENCIA


Volver al mar*
-al Protocolo de Kyoto-

Cuando la costra fumínea del mundo 
generada impulsada "ambientada"
desde le poder de unos pocos acaso suficientes
Homo Erectus
(Sapiens les queda demasiado alagador)
Día a día destruye voraz la frágil piel
de esta nave azulina
esfera derivando en trayectorias de equilibrio
indudablemente divino
Me sucede algo de regresar al mar
regresar al agua como cuna y purificación
Como intuyendo otra oportunidad
de hilar la historia

No es falta de coraje sino quizás
la más sencilla inocencia ó la ignorancia
Ante esto de entender tan poco a tantos
por crearme en un remoto capullo de ilusiones
para hoy trashumar buscando
la punta de un arduo ovillo propio
sin alcanzar a vislumbrar la madeja de todos

Quizás este darse cuenta
cuente un paso
hacia algún lado
mejor que este
quizás


En el medio
a veces dan ganas 
de atrasar las eras y los ciclos
pensar como un cetáceo
o vagar como un celacanto
dormir como un trilobite
y desde ahí empezar
de a poco y con el nudo atragantado
de la vida que ebulle todavía como siempre

Y volver al mar
que ganas de.

* de Santiago Torales. nahrid@yahoo.com.ar


opacidad y transparencia


1.Transparencia: ¿una utópia a realizarse en otro mundo?

En las sociedades en donde el hombre ha sido un lobo para el hombre campea como toda una tradición histórica disfrazar lo corrupto de virtuoso, enmascarar la barbarie con el antifaz de la cultura, dar un cariz de bueno a lo que esencialmente es malo, por parte de quienes han jugado  - conciente o inconcientemente - durante la mayor parte de sus existencias, el papel de
bestias civilizadas o civilizatorias.
Así por ejemplo, la riqueza cuando ha sido lograda a través de hechos moral, social o políticamente rechazados o prohibidos (asesinato, saqueo, robo, engaño, contrabando, etc.), ha buscado seguidamente, y en la mayoría de los casos con éxito absoluto, integrarse en la "economía legal" a través de los más simples, complicados o ingeniosos, pero de cualquier forma, efectivos
trucos.

Ahora, en la aldea global, se pone a la orden del día un llamado a la transparencia internacional en el estilo que le es propio al capitalismo.

Transparencia en medio de un saqueo que, desde la expansión colonialista de los pueblos europeos por todo el globo a partir del siglo 15, aún no toca fondo. Transparencia, tras un reparto totalmente injusto del poder, las tareas, las riquezas y naturalmente las ganancias a escala mundial.
Transparencia que resultaría plausible si las medidas que se van tomando intentaran erradicar las enfermedades que han enturbiado la historia económica, política y social del hombre y no sólo sus síntomas. La riqueza que se ha convertido en dinero, por ejemplo, plenamente conciente
de sus fuentes e historial desea amnistiarse; pretende borrar en parte su mañoso pasado repleto de atrocidades, intentando desvanecer de la memoria humana cualquier pecado de origen que en lo venidero lo haga sospechoso ante los ojos de la comunidad local, nacional o internacional.
El paso virtual "más grande" hacia el logro de la "transparencia" del dinero lo ha dado La Meca del mismo, Suiza, prohibiendo desde hace ya un par de años atrás que en sus bancos puedan existir, hacia el futuro, cuentas anónimas (y dando un plazo suficiente para que los "anonimatos opacos" buscasen una solución adecuada frente a las nuevas medidas), las cuales fueron también, durante este siglo, fuente de tranquilidad y seguridad, presente y futura, para las fugas de divisas, burlamientos fiscales, tesoros nazis y/o análogos, ocultamiento de fortunas mal habidas, etc., por parte de un numeroso grupo de delincuentes del sector de manejo público y/o privado,
de explotadores inescrupulosos, especuladores y malandrines inteligentes de todo el mundo. Escandaloso negocio delictivo a la cabeza del cual estuvieron los propios banqueros, quienes permitieron durante décadas la protección de tales dineros. En el caso latinoamericano, con toda seguridad, las listas de nativos nuestros que figuran (o figuraron) como "buenos clientes" de los
bancos internacionales (o nacionales) que prestan (o prestaron) tales servicios deben abundar. Y tan ejemplar medida tomada por los suizos debe ser reproducida en la aldea global por los demás Estados, ampliada en lo posible, extendida no sólo a las cuentas corrientes, sino también a las de
ahorro y otros tipos de negocios especulativos con dinero.
Los bancos dejarán de ser así, en un aspecto, los delincuentes por encubrimiento que tradicionalmente han sido; pero la medida, más formal que efectiva, por sí sola no va a arrojar ningún resultado ya que se necesitaría paralelamente una aclaración sobre las personas y los orígenes de las fortunas allí depositadas. Y tal investigación (nada fácil y costosa) no es asunto del banco, ni está contemplada como complemento de las medidas de transparencia tomadas. La norma, al estilo de la comida que ofrecen los macdonalds, aparece atractiva ante los ojos pero su verdadero valor nutritivo es decepcionante.

Otra medida es la tomada por Alemania y Austria a fin de indemnizar a los sucesores de una parte de las personas que durante la segunda guerra mundial fueron obligadas a trabajar gratuitamente para las empresas del 3. Reich, promovida judicialmente. Aquí no hubo que forcejear mucho: Austria y Alemania aceptaron de inmediato pagar a fin de que el tema no fuese alimento de polémicas o reflexiones más profundas y pasase como una noticia del montón por los grandes medios masivos de comunicación. La indemnización a pagar no guarda una proporción justa entre lo tomado y lo devuelto pero será otra muestra ante el mundo del deseo ferviente y serio del sistema de explotación, en aquella ocasión abiertamente esclavista, de reparar las anomalías que pudren sus raíces con un poquito de dinero.

 ¡Explote y mate ahora, pague después a precio antiguo, aleluya!
Un caso que todavía no obtiene una solución, es la demanda entablada a través de un abogado norteamericano, por los descendientes de una gran parte de judíos asesinados durante la segunda guerra mundial, demanda muy propia del estilo y falsos valores del sistema reinante, esto es, dirigida a resarcir los perjucios - que de cualquier modo son irreparables - mediante el pago de fabulosas sumas de dinero. Intereses egoístas, individuales, tibia revancha, nuevos ricos fundamentados en el crimen y ninguna solución de fondo al problema de la guerra, los armamentos, los odios raciales, el poder coactivo del Estado no dirigido a la paz y el bienestar social. Si
triunfa la demanda judía, desmantelada como está de cualquier rasgo ético o de virtud, no triunfará la justicia o por ello la perspectiva de un mundo mejor; triunfará el subvalor generalizado de que en la sociedad capitalista cada hombre, vivo o muerto, tiene un precio, calculable, regateable y de cualquier forma abonable en dinero. Si triunfa la demanda judía, los Estados comprometidos al grandioso pago tendrán que ajustar aún más sus cinturones en lo social - uno de los nutrientes predilectos de los movimientos neofascistas en estos países - lo cual justificará la promoción de la violencia, el odio racista y la vuelta al encierro dentro de sórdidos
valores camuflados de intereses nacionales. Si no triunfa, el desengaño y el sabor de injusticia alimentará las actuales tensiones. Si triunfa o no triunfa la demanda judía será de cualquier modo un problema para toda la gran aldea, dada la fútil base de la pretensión: el dinero.
Naturalmente el intento de transparencia, la cura del dinero (o del capital) no podría ser completa sin la presencia del principal actor, en este siglo, de la ponderación del vulgar metal como fuente suprema de poder y felicidad humana, los Estados Unidos de Norteamérica. Allí, las víctimas (o herederos de las víctimas) del consumo de tabaco han comenzado a exigir cuantiosas
sumas de parte de las grandes firmas productoras de cigarrillos, en resarcimiento de los perjuicios causados por el hábito de fumar, y en algunos casos, han merecido la atención de los tribunales norteamericanos.
Como en el caso judío, un ataque a la superficie y no a la esencia misma del problema. Dada la experiencia ofrecida por la maquinaria judicial capitalista - uno más de los costosos aditamentos del sistema, complaciente y benévola con los económicamente poderosos a pesar de no ser (todavía) la empresa privada que sueña David Friedman  - es de preveer que las sanciones
e indemnizaciones que se impongan no serán la causa eficiente del desmantelamiento de esta peligrosa industria a corto, mediano o largo plazo.
Se esperan también demandas contra las fábricas de alcohol y contra el mismísimo Estado como garante con participación en las rentas que producen ésta y otras industrias totalmente nocivas para el bienestar humano.
Opaca "transparencia" ofrecen los signos de buena voluntad regenerativa del dinero y sus detentadores o las medidas forzadas por las actuaciones judiciales, pues en un mundo donde los ricos crecen en proporciones aritméticas y los pobres en proporciones geométricas toda esta pequeña avalancha de medidas y reivindicaciones son sólo el maquillaje moderno y superficial que hoy toman las embusteras bases filosóficas, éticas y morales del capitalismo; una máscara (más cara) más, en la ya larga y perversa historia de la acumulación de riqueza en pocas manos, un peligroso afianzamiento de la deificación del dinero, una prolongación más de la explotación y el canibalismo entre los hombres, disfrazado de civilización.
Al analizar el fondo de las medidas voluntarias o el carácter de las pretensiones exigidas, todas enmarcadas en el ámbito de los enriquecimientos materiales principalmente, las conclusiones son claras: se busca dar un pomposo ropaje de perlas y brocados a un cuerpo corrupto y purulento,
descargar la mala conciencia de los ricos mediante un falso "borrón y cuenta nueva" que no extinguirá ninguno de sus privilegios, o más peligroso aún, se busca acentuar el predicado capitalista de que un poco de dinero puede resarcir hasta los más graves y/o aberrantes crímenes, confirmando la doctrina campeante de que todo el mundo espiritual y material de los
hombres, en la aldea global del capital, es solamente una sórdida y vulgar mercancía.
Desde otra perspectiva, los pobres del mundo - esa gran "masa" inerme, suceptible y manipulable que constituye el 85% de los habitantes del planeta - es atacada a cada segundo con una avalancha ideológica de la cual le resulta imposible defenderse: se desvía la atención respecto a sus problemas concretos, se reparte a manos llenas una ética y una cultura uniforme que tiene como base el ensueño y la ignorancia, y donde se pregona a los cuatro vientos las bondades del dinero como liberador esencial de la humanidad. Los medios utilizados no son ya los cartelitos que ponían los nazis a sus prisioneros en los campos de concentración, donde con toda impudicia escribían "el trabajo os hará libres" ; ahora, el capital y sus
detentadores aullan desde los satélites a todos sus esclavos en el mundo, en un barullo ensordecedor frente al cual casi nadie puede hacer oídos sordos:

"el dinero os hará libres".
Transparencia sería eliminar la enajenación del capital de las manos del hombre, quitarle ese poder absoluto que ha tomado, ese carácter de entidad autónoma capaz de transformar cualquier ser humano a su capricho en una marioneta útil y servil a cualquiera de sus camaleónicos medios, todos ellos dirigidos esencialmente a una meta: su reproducción. Porque en el capitalismo, desde hace ya un tiempo largo, el dinero ha dejado de ser un medio para convertirse en un fin en si mismo; un ente demoniaco para quien el ser humano, su felicidad y su bienestar, sólo importa en la medida en que constituye una herramienta más en su proceso reproductivo. Un ejemplo
mundial que sirve para mostrar la bastarda ideología a cerca del valor del dinero y de las cosas que propaga el capitalismo es el hecho de que en la actual "aldea global", tanto en países pobres como ricos, el auto u otros artefactos son dignos de mayor respeto y cuidado que los padres, la esposa, los hijos o los amigos.

Transparencia sería eliminar la cínica deuda externa de la cual se acusa a los países en vías de desarrollo, eliminar las "bolsas de valores" o por lo menos su dirección de la economía: que gobiernen los intereses de los trabajadores y no los de los accionistas; transparencia sería destruir de una vez por todas las fábricas de armamentos, desestimular políticamente al
máximo la producción y el consumo de tabaco, de alcohol y otros venenos para el cuerpo y para el alma hasta hacerlos desaparecer, eliminar la cría y asesinato de animales para el "aprovechamiento" humano, hacer que los alimentos no se pudran en estantes y bodegas mientras millares de personas sufren hambre y desnutrición porque no tienen dinero para comprarlos,
asegurar la existencia, salud y educación de las personas y después sí ocuparse de lo demás, mirar el mundo y las grandes maravillas que él contiene con amor y respeto y no como un objeto explotable; en otras palabras, servir al planeta y la naturaleza y no servirse de ellos
irreflexiva e inescrupulosamente.

El capitalismo - como fase superior de la barbarie - es una etapa de la historia llamada a ser superada a fin de poder salvaguardar la existencia del planeta y de seres verdaderamente humanos. Con todo, metas superiores en el desarrollo individual y social son imposibles sin una reflexión y toma de conciencia sobre lo que fuimos, somos y queremos ser; a su vez el proceso
hacia esas metas superiores no puede esperarse que provenga como por arte de magia de parte de un gobierno, la empresa pública o privada pues debe, como principio esencial, nacer en el interior de cada ser humano, irradiarse, compartirse y reproducirse; no obstante, debe también traducirse en acciones políticas - individuales y colectivas - consecuentes con el logro de tales
objetivos.

(Salzburgo, noviembre 2000)

* de Luis Alfredo Duarte Herrera
dhl@euroyage.net





2.Lo que debería salir a la luz en un juicio a Saddam*

Tendrían que ventilarse los aportes y respaldos que el ex dictador iraquí
recibió de Occidente; y en especial, de Reagan y Bush padre.

*por Noam Chomsky. 


La larga y tortuosa relación entre Saddam Hussein y Occidente plantea dudas respecto de qué temas -y situaciones incómodas- pueden llegar a surgir ante un tribunal.

En un juicio justo (algo virtualmente inimaginable) a Saddam, un abogado defensor bien podría llamar a declarar a Colin Powell, Dick Cheney, Donald Rumsfeld, Bush padre y otros altos funcionarios de los gobiernos de Reagan y Bush, que brindaron un importante respaldo al dictador a pesar de las atrocidades que cometía.

Un juicio justo aceptaría por lo menos el principio moral elemental de la universalidad: acusadores y acusados deben someterse a las mismas normas.
Los antecedentes de los tribunales de crímenes de guerra son turbios. Incluso en Nuremberg, el menos deficiente de tales tribunales (y ante lo que seguramente fue la peor colección de delincuentes de la historia), la definición operativa de "crimen" era la de algo que habían hecho los alemanes pero no los aliados.

En un juicio verdaderamente justo, sin duda es relevante, tal como lo demuestra una serie de datos del Congreso y otras fuentes, que Washington haya tenido un turbio acuerdo con Saddam en la década de 1980. El pretexto inicial fue que Irak ponía un freno a Irán -al que atacaba con respaldo estadounidense-, pero el apoyo continuó hasta mucho después de finalizada la guerra.

Los responsables de tal política acomodaticia son los que ahora llevan a Saddam ante la justicia. En su condición de enviado especial de Reagan a Oriente Medio, Rumsfeld visitó Irak en 1983 y 1984 a los efectos de afianzar las relaciones con Saddam (al mismo tiempo que el gobierno criticaba a Irak por el uso de armas químicas).
Powell fue asesor de seguridad de Bush padre desde diciembre de 1987 a enero de 1989, y unos meses después se convirtió en presidente del Estado Mayor Conjunto. Cheney fue secretario de Defensa de Bush padre.

Powell y Cheney desempeñaron puestos de gran importancia en la toma de decisiones durante el período en que Saddam cometió las peores atrocidades, la matanza de los kurdos de 1988 y el aplastamiento de la rebelión chiíta que amenazaba con derrocarlo en 1991.

En la actualidad, con Bush hijo, Powell, Cheney y otros sacan a relucir constantemente dichas atrocidades para justificar el ataque al demonio. Tienen razón, pero el elemento crucial del respaldo estadounidense a Saddam durante ese período es algo que está ausente.

En octubre de 1989, Bush padre dio a conocer una medida de seguridad nacional en la que se declaraba que "una relación normal entre los Estados Unidos e Irak contribuiría a nuestros intereses de largo plazo e impulsaría la estabilidad en el Golfo y en Oriente Medio".

Los Estados Unidos suministraron alimentos subsidiados que el régimen de Saddam necesitaba desesperadamente luego de haber destruido la producción agrícola kurda, así como también tecnología de avanzada y agentes biológicos adaptables a armas de destrucción masiva.

Cuando Saddam se excedió e invadió Kuwait en agosto de 1990, las políticas y los pretextos cambiaron, pero hubo un elemento que siguió siendo constante: el pueblo iraquí no debía tener el control de su país.

En 1990 las Naciones Unidas impusieron sanciones económicas a Irak, sanciones que administraron sobre todo los Estados Unidos y Gran Bretaña. Esas sanciones, que se prolongaron durante las presidencias de Clinton y de Bush hijo, son tal vez el legado más doloroso de la política estadounidense respecto de Irak.

Ningún occidental conoce mejor Irak que Denis Halliday y Hans von Sponeck, que se desempeñaron sucesivamente como coordinadores humanitarios de la ONU desde 1997 hasta el año 2000. Ambos renunciaron como protesta por el régimen de sanciones, que Halliday calificó de "genocida".
Al igual que Halliday, von Sponeck y otros habían destacado durante años que las sanciones resultaban devastadoras para la población iraquí y fortalecían a Saddam y a su camarilla al aumentar la dependencia del pueblo del tirano para poder sobrevivir.
"Respaldamos el régimen de Saddam y negamos toda oportunidad de cambio", dijo Halliday en 2002. "Creo que si los iraquíes pudieran recuperar su economía y su vida, si pudieran restablecer su forma de vida, se ocuparían de tener la forma de gobierno que quisieran, que consideraran adecuada para su país".

Se permita o no que esta historia salga a la luz en un tribunal, el tema de quién estará al mando en Irak en el futuro sigue siendo de suma importancia, y es algo que en este momento está en disputa.
Aparte de ese tema crucial, aquellos a quienes les preocupaba la tragedia de
Irak tenían tres objetivos básicos:


derrocar la tiranía,


poner fin a las sanciones que afectaban al pueblo, no a los gobernantes,

preservar cierta apariencia de orden mundial.

Las personas dignas no pueden estar en desacuerdo con los dos primeros objetivos: su logro es motivo de alegría, sobre todo, para aquellos que protestaron por el apoyo estadounidense a Saddam y luego se opusieron al devastador régimen de sanciones. Es por eso que pueden aplaudir sin hipocresía. El segundo objetivo sin duda podría haberse conseguido, y es posible que también el primero, sin socavar el tercero.

El gobierno de Bush declaró abiertamente su intención de desmantelar lo que quedaba del sistema del orden mundial y regir el mundo por la fuerza, e Irak fue un ejemplo de ese proyecto.
Esa intención provocó temor y a menudo odio en todo el mundo, así como también desesperación entre aquellos a quienes les preocupan las probables consecuencias de optar por seguir siendo cómplices de la actual política de agresión de los Estados Unidos. Esa, por supuesto, es una opción que depende sobre todo del pueblo estadounidense.

Copyright Clarín y Noam Chomsky, 2004. Traducción de Cecilia Beltramo.

FUENTE: www.clarin.com





3.La paz eterna y los perversos*


*Por Osvaldo Bayer


 Al anochecer del 24 de diciembre de 1914 se abre la cortina de nubes sobre el campo de batalla de Flandes en la primera Gran Guerra europea. El cielo se vuelve claro de puras estrellas y la luna llena envuelve el campo de batalla poblado de cráteres, en una luz tenue. De pronto, los soldados británicos no quieren creer a sus ojos. En las trincheras alemanas de
enfrente se encienden velas que iluminan diminutos árboles de Navidad. ¿Acaso una nueva artimaña guerrera de los odiados hunos de enfrente? Pero no, porque se oyen cánticos. "Noche de paz, noche de amor", cantan voces rudas de gargantas viriles. Y después: "Ha nacido un rosa". "Well, done, Fritzens", gritan ahora los estupefactos soldados ingleses y exigen otra canción más. Y desde las gargantas alemanas surge ahora el "Merry Christmas, Englishmen". "No tiramos, no tiren."

Así comienza la nota de Volker Ullrich sobre el libro de Michael Jürgs, La pequeña paz en la Gran Guerra. Las dos caras del hombre. En la tierra de nadie de una guerra de trincheras llenas de cadáveres despanzurrados, de gente joven sin piernas ni cabezas, un campo con margaritas silvestres pleno de sangre y mierda y uniformes, uniformes y medallas, de pronto eso. Las canciones de la niñez de las sagradas navidades. El salir al campo sin armas, abrazarse al enemigo y primero enterrar a los muertos antes de brindar y cantar abrazados. Alemanes e ingleses. Pero también en otros sectores, alemanes y franceses. ¿Cómo explicar esto? ¿Cómo explicar que, pasada la noche, los soldados volvían a sus trincheras, sus fusiles y sus cañones, y apuntaban con toda fiereza a los ojos, a la frente, al corazón del enemigo para verlos saltar a la
muerte, abrirles las barrigas, dejar que mostraran los chinchulines como en una mercado de carne? ¿Cómo se explica? El historiador inglés, con cierta ferocidad, lo explica como un inconsciente impulso instintivo hacia la muerte, haciendo mención a Freud. El episodio relatado en los partes militares con vergüenza y pedido de castigo que va de la pena de muerte al envío al frente más expuesto de la guerra, hoy se enseña en los colegios y se pone a discusión de los alumnos adolescentes.
Y justamente fue citado por los medios el jueves, al cumplirse los doscientos años de la muerte del más grande de los filósofos alemanes (como titularon casi todos los diarios de ese día): Immanuel Kant. Y lo que más se ha citado del noble y humilde filósofo alemán es su libro
Hacia una paz eterna, donde detalla las seis condiciones previas para la solución pacífica de todo conflicto bélico. Ellas son: 1) No debe valer como tratado de paz aquel que con una reserva secreta prepara el material para una guerra futura. 2) No debe valer para ningún Estado existente (pequeño o grande, para esto es lo mismo) que ese país pueda ser comprado, cambiado por trueque, vendido o regalado. 3) Los ejércitos existentes (miles perpetuus) deben ser disueltos con el tiempo. 4) No debe hacerse ninguna deuda estatal con referencia al comercio estatal exterior. 5) Ningún Estado debe entrometerse en la constitución o en el gobierno de otro Estado. 6) Ningún Estado debe permitirse, en guerra con otro Estado, tales enemistades que hagan imposible la confianza mutua en la paz futura. Como por ejemplo: empleo de criminales alevosos pagados (percussores), envenenadores (venefici), rompimiento de la capitulación, instigación para la traición (perduellio) en el Estado en contienda.
Con esto, el filósofo negaba toda política que veía a la guerra como simple continuidad de la política por otros medios o como continuación del uso de los instrumentos de poder.
Kant fue un cristiano sin religión y sin Biblia. A él le bastaban la razón y la ética, dos productos del Ser. Un buscador de la eliminación del mal y de la codicia. Porque uno se pregunta ahora si las fementidas armas de Saddam Hussein, no encontradas nunca, son más motivo de iniciar una guerra que la mansión de los Vanderbilt. Dice Julian Hanich en el diarioFrankfurter Rundschau, en el comentario del libro del publicista norteamericano Kevin Phillips La aristocracia americana del dinero: "Cuando se viaja por la Ochre Point Avenue en dirección al sur, en Newport, Rhode Island, se da de cabeza de pronto con un edificio que casi le quita la respiración a todos. Un
palacio en estilo neorrenacentista con pasillos con arcadas, columnas corintias y pilastras. Esa residencia no tiene menos de setenta habitaciones. Y para los niños, al lado se levanta un edificio parecido.
Ante la terraza se extienden interminables jardines y césped. Y detrás, justo, el Atlántico: only the sky is the limit. Es un domicilio de los diez mil que poseen toda la riqueza de Estados Unidos. Uno de los barones ladrones, como eran llamados Rockefeller, Andrew Carnegie y Henry Frick. El
gobierno de Bush es una plutocracia, un gobierno del dinero. Ahí está el origen de la globalización. Un castillo de 70 habitaciones para unos; para millones, en cambio, barro, paja, o la calle y la basura. Miles de bombas que han matado a madres, a niños, a enamorados en Bagdad. Miles. Kant hace doscientos años que transforma la filosofía en ética, y ahora Bush, todo en
crimen, todo en violencia. Un Hitler con Senado y ministros negros. Doscientos años después. Y la culpa la tiene Cuba.
Kant, qué cerebro, qué alma. Detiene las guerras con su "hacia la paz  eterna" y los pueblos siguen horas después como los soldados alemanes contra los aliados en Navidad. Kant en vez de las bombas sobre las ciudades abiertas y los niños quería fundar hace doscientos años una comunidad
mundial libre y cosmopolita.
Hubo almas buenas que siguieron el camino de Kant. El ciudadano Julio Cortázar, el bondadoso. Cuántas veces nos vimos en la casa de Soriano, en ese París. Cortázar, que se nos fue hace veinte años, era el hombre del bolsillo abierto, con el corazón en esa América latina de los Sandino y los
Zapata. Nos llenó de letras mostrándonos nuevos caminos e interminables sueños e ilusiones en sus libros irrepetibles. Cortázar terminó en la pureza corroborada por el hecho de que el presidente de la Rosada no lo recibió. A Cortázar, el puro. Me acuerdo del último encuentro, cómo acariciabas a esa muchacha, tu amor. Tus ojos adolescentes revivían como si estuvieras jugando
a la "Rayuela" y llegaras al cielo para siempre, acompañado.


*editado el 14-02-03. fuente : Página/12. www.pagina12.com.ar



4.La treta de la teta*


*Mikel Agirregabiria Agirre
Rebelión 


La puritana conciencia mundial se estremeció en el sacrosanto intermedio del partido final de la Superbowl. Se desató el escándalo cuando, en un montaje preparado, Janet Jackson mostró su seno derecho ante 100 millones de telespectadores, mientras cantaba "Rock your body" con el novio de Cameron Díaz. El deificado ídolo adolescente Justin Timberlake cumplió literalmente la última estrofa: "Better have you naked by the end of this song" (Voy a tenerte desnuda al final de esta canción).

La "hermanísima" de Michael Jackson se enfrenta ahora a una querella por su semi-topless, acusada por una vecina de Tennessee que pide una millonaria indemnización por el "obsceno" pecho que se vio obligada a presenciar durante el interludio de la retransmisión deportiva. En nombre de todos los norteamericanos, esta persona presenta una demanda colectiva reclamando pagos compensatorios y punitivos "máximos" a los cantantes, así como a las cadenas CBS y MTV que difundieron y produjeron el show, acusándoles de haber previsto "actos de carácter sexualmente explícito, con el fin de garantizarse publicidad y acrecentar las ganancias".

Michael Powell, Director de la Comisión Federal de Comunicaciones e hijo del Secretario de Estado Colin Powell, declara estar indignado: "Como millones de estadounidenses, mi familia y yo nos reunimos frente al televisor para una fiesta. Pero fue empañada por un truco sin clase, grosero y deplorable. Nuestros niños, padres y ciudadanos merecen algo mejor". Este dirigente ordenó "abrir una investigación inmediata" sobre la transmisión, y prometió que será "exhaustiva y rápida".

La diligencia en la investigación que se niega a las invisibles "armas de destrucción masiva" se aplica a la visible glándula mamaria de Janet. La impúdica inmoralidad de una guerra gratuita con 50.000 muertos es una nimiedad frente a un pezón. La indignada ciudadanía merece buenas guerras, reales con tecnología o sublimadas por el fútbol americano o no, pero no está preparada para ver medio busto femenino.

En la España de Aznar, ese presidente del club europeo de los fans de Bush, nadie se pregunta qué fue de las armas de destrucción masiva que justificaron una "guerra humanitaria". TVE repone "Un, dos, tres. responda otra hez" con minifalderas de los primeros años 70 para nostálgicos que entonces vivían en un régimen feliz. O para despistar antes de las elecciones se recurre a la TETA sin T. Ya se sabe, el poder de la televisión como "arma de distracción masiva". Ésta es la receta: Meta una teta en la dieta y no le echan con la maleta. ¡Menuda jeta! 

http://www.mikelagirregabiria.tk 


*fuente: www.rebelion.org



  

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