Silvestre Byrón on Sun, 5 May 2002 19:57:01 +0200 (CEST)


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[nettime-lat] EAF - "Muy Bizarro" (EAF/Liber, 2002)


             
            "LA LLAMADA DEL ARTE DEGENERADO"

     “La idea de la degeneración –subyacente como
principio en distintas expresiones académicas- también
fue tratada como fenómeno deformante o, al menos,
mutante, en las artes plásticas y, especialmente, en
la pintura.
     “Aquí Silvestre Byrón en un análisis profundo y a
partir de Max Nordau reaviva la polémica sobre la
teoría del arte degenerado”
       Así se presentó mi nota “La llamada del arte
degenerado” (1988) en la revista Actualidad en el
Arte. La degeneración mental, el histerismo de la cosa
artística, eje del pensamiento estético y sociológico
de Nordau, fue un motivo que extrapolé de la
ensayística de Aldo Pellegrini. Eso fue en 1965,
cuando advertí un arte degenerado opuesto a un arte
mágico. Esta relación fue sobradamente discutida en
Filmoteca. A partir de observaciones controladas en el
circuito de distribución e intercambio y de nuestras
películas pudimos establecer distintas gradaciones.
Cuanto de magia y de degeneración había en nuestro
comercio con el público. Y todavía más, cómo
gravitaban esos temperamentos en el proceso de
creación. Recién en 1980 se pudo sistematizar aquellas
intuiciones en el primer lanzamiento de “Arte y
rebelión contra el mundo moderno”. Unos años después
volví sobre el tema en el curso “Cómo aprehender una
obra de arte”. Allí presenté el diagrama Arte Moderno:
el arte degenerado a la izquierda, el arte mágico a la
derecha y el arte complaciente al centro y abajo, como
temperamentos de la cultura artística de nuestro
tiempo.
       El diagrama produjo cierta inquietud. Me
objetaban el vocablo, degeneración. Las autoridades
del Ateneo donde se dictaba el curso, decía que
asustaba, que era chocante, de mal gusto. Les hice ver
la etimología: “degeneratio, -onis”; cultísima. No
hubo caso. Me ordenaron usar otra palabra. Insistí. El
término llevaba, desde Lombroso, un siglo en la
cultura artística y científica de Occidente.
-Igual. No la use –fue la respuesta.
       Así llegué a Actualidad en el Arte y a la
llamada de la degeneración. El copete “¿Pervive la
teoría del arte degenerado? Una reválida de los años
’80. La cuestión latinoamericana y una ucronía: arte
sin degenerar”. Había que definir académicamente el
término, relacionarlo al arte, caracterizar a Nordau,
carear el efecto que su teoría tuvo en la cultura
artística latinoamericana de su tiempo y, a lo
Renouvier, consignar las compresiones degenerantes de
la social-democracia imperante en aquellos años. Esto
último resultó fallido. En un acto de cobardía los
directores de la revista escamotearon el párrafo.     

         Censura previa.
         Después del segundo lanzamiento de “Arte y
rebelión contra el mundo moderno”, en el verano de
1993, y siguiendo la metodología sociológica de Agulla
–su teoría de la dominación- me propuse completar el
proyecto con una tercera parte ya filosófica.
         Lo primero fue “Mirada sociológica”, una
caracterización del mundo moderno relacionando la
estratificación social, la estructura de poder y la
ideología dominante. Así desglosé sal mundo moderno en
tres faces de desarrollo: integración de las
sociedades (nacionales) entre 1760 y 1830,
consolidación de las sociedades (nacionales) entre
1870 y 1929, y superación o crisis de las sociedades
(nacionales) entre 1929 y 1989. Esto se completaba
careando el sistema de clases (moderno) y de niveles
ocupacionales (posmoderno).
         Con “Entrambos” ingresé de lleno al a
cuestión estética del mundo moderno: la alternativa
heteronomía o autonomía de la cultura artística en
relación a la estructura de pensamiento y de
dominación. Caracterizar la estética como ciencia
teorética, a partir de Baumgarten, fue lo primero.
Luego carear el pensamiento de Kant, Schiller, Fichte,
Schelling y Hegel, como basamentos de la alternativa.
Siempre siguiendo el método de Agulla, caractericé dos
grupos de teóricos, de la heteronomía y de la
autonomía, subdivididos en tres agrupaciones más:
teóricos clásicos, teóricos menores y otros teóricos.
Como teóricos de la heteronomía figuraban Spencer y
Proudhon en la integración; Guyau y Nordau en la
consolidación y Goebbels en la superación o crisis. En
cuanto teóricos de la autonomía, incluí a De Sanctis e
la integración, Croce en la consolidación, Collingwood
y Read en la superación o crisis.
         En la página 218 de “Profundo anhelo” ensayé
una inversión copernicana. Un giro en torno a Nordau:
si desde la heteronomía el concepto de degeneración
impugna la autonomía, que desde la autonomía el
concepto de degeneración impugne la heteronomía de
modo tal que lo degenerante sea más un factor de la
heteronomía que de la autonomía. El secreto estuvo en
privar a la teoría de la degeneración del positivismo
y del naturalismo, de todo mecanicismo. Esto supuso
dos teorías de la degeneración. Una histórica en la
estética spenceriana y otra redefinida en la estética
desanctiana.
          Considerando las circunstancias, hemos de
reproducir la nota de Actualidad en el Arte entre los
testimonio de “Muy bizarro”. Una única advertencia, la
nota excluye “Ucronía”, limitándose al planteo, “Una
dama ha entrado en el laboratorio” y “El estro
rápido”. Ya no tiene caso especular la historia tal
como habría podido ser y no fue. No es chistoso.

           LA LLAMADA DEL ARTE DEGENERADO

           La idea de la degeneración supone,
académicamente, el decaimiento o declinación de algo.
En sus Principios de Medicina el doctor José Letamendi
la consideró como la alteración experimentada por un
cuerpo organizado subordinado a circunstancias
distintas a las que le son proverbiales. De ese modo
la anatomía patológica la definió como una alteración
por la cual resulta que el tejido de un órgano se
convierte en otro análogo a los naturales y como
producción accidental de una sustancia desarrollada en
los intersticios de los órganos sin alterar la textura
de éstos. La fisiología había demostrado que no hay
degeneración de un tejido en el sentido de su
transformación o metamorfosis. Es el caso de un
cáncer, verbigracia. Los epitelios están
hipertrofiados, relativamente deformados, más o menos
gránulo-grasosos, sin pasar de una especie a otra. La
degeneración es la situación de un elemento por otro;
no la transformación o metamorfosis. Tanto da que sea
amiloide, grasosa, parenquimatosa, hialina o cística;
la patogenia se hará cargo de ella; la degeneración.
Sin abandonar lo académico, también las artes
plásticas refirieron la especie de la degeneración
como un fenómeno de la pintura. Así degenerar una obra
es desfigurarla pasando a parecer otra.
Políticamente, la definición tuvo un acento peyorativo
desde el punto de vista de las oficinas de propaganda
de sistemas totalitarios. Como el hitlerismo (por la
preceptiva de la Cámara del Arte) o el estalinismo (lo
preceptivo del Comisario de Cultura) sin soslayar la
comparsa china de la cultura como revolución maoísta;
lo degenerante.
La idea de que una obra de arte, dadas ciertas
circunstancias, es susceptible de convertirse en un
“detritus degenerante” es una novedad en la cultura
occidental. Cuando menos desde el fin del siglo XIX
cuando un doctor, casualmente, Max Simon Nordau,
trasladó la especie desde la medicina al arte con
curiosos efectos.
Como está las cosas en el rubro Artes y Espectáculos,
no cabe duda que el proceso de degeneración presente
suscribe al el diagnóstico de Nordau: la experiencia
artística decae o declina sus elementos de orden, así
como fuerza a la obra de arte a ser lo que no es
subordinándola a circunstancias que no le son
proverbiales. El cine y el teatro, la radio y la
televisión, las letras y la plástica, los lanzamientos
discográficos y los camelos de la crítica, puntualizan
la “degeneratio” moderna. Esta industria soslaya
nuestra problemática de ser. Basta expurgar la erótica
de nuestros artistas y pensadores. Con ello el
industrialismo de la degeneración capitaliza dos
hechos: la captación y la mixtificación politizante (o
consumista). En otras palabras, el hecho estético bajo
la ética de la propaganda y la agitación (o bien, el
cálculo financiero). Sin eludir los amagos
preceptuales desnaturalizando al hecho vital en una
especie de índole formal desprovista de contenido y de
emoción. Un virtuosismo unilateral que suple su
carencia de probabilidad.

UNA DAMA HA ENTRADO AL LABORATORIO
El arte moderno registró el nombre de Max Nordau como
el de un terrífico doctor alemán cuyo espantoso
dictamen, “degeneración”, contrae –todavía hoy- el
buen gusto de una persona culta en términos medios. 
¿Qué comprendía Nordau por degeneración mental de la
cosa artísticas? Al histerismo sobrepujado a la
atención y a la facultad emotiva; débiles y
degenerados perecerán por su anormalidad. En dos tomos
el doctor alemán planteaba la situación y la
ilustraba. ¡Cómo conjurar el histerismo degenerante? A
través de un arte simple capaz de restablecer la vida
integral; el arte como arte; la expresión de estados
internos y la objetivación de los sentimientos libre
de misticismos.
La crítica europea de 1893 aceptó de buena gana estas
formulaciones. Caían acorde al estado de cosas allí.
Con el mismo beneplácito de un cuerpo médico que viera
ingresar, furtivamente, una dama al laboratorio. Croce
no tuvo reparos en incluir a Nordau junto a Guyau en
el capítulo de su “Estética” dedicado al positivismo.
El sistema de pensamiento que el doctor alemán
aplicaba era consecuente, aunque sin hedonismo, al
principio de la “simpatía social”? ¿Cuál es el arte
que pontificó? “El arte del hombre cuaternario, del
hombre de las cavernas”; esto es, sin retórica, sin
agregados ni teorizaciones; un arte simple, directo.

EL ESTRO RAPIDO
Nuestro mundo latinoamericano aparentaba estar muy
distante de los centros de poder europeos cuando se
editaba “Degeneración”. Mucho del estro criollo se
estimuló con respecto a la novedad de la degeneración
mental, síquica, del arte.
Acaso fuera la flor latina hollada por un espíritu
práctico o la tesis conservadora de la criollez
sometida por un dictamen europeo y, todavía más, la
prevención de un principio “tradicional”
latinoamericano ante el precepto de un pensamiento
“moderno” de cuño europeo, por todas estas
probabilidades, el mensaje de Nordau no arraigó en
nuestro medio. Comenzando por el colombiano José
Asunción Silva quien tras leer las “pedantescas
lucubraciones pseudocientíficas” de Nordau escribió:
“Como un esquimal miope por un museo de mármoles
griegos, lleno de Apolos gloriosos y de Venus
inmortalmente bellas, Nordau se pasea por entre las
obras maestras que ha producido el espíritu humano en
los últimos cincuenta años. Lleva sobre los ojos
gruesos lentes de vidrio negro, y en la mano una caja
de tiquetes con los nombres de todas las manías
clasificadas y enumeradas por los alienistas modernos.
Detiénese al pie de la obra maestra compara las líneas
de ésta con las de su propio ideal de belleza, la
encuentra deforme, escoge un nombre que dar a la
supuesta enfermedad del artista que la produjo, y pega
el tiquete clasificativo sobre el mármol augusto y
albo. Vistos a través de los anteojos negros, jugados
de acuerdo con su canon estético. Rossetti es un
idiota; Swinburne un degenerado superior; Verlaine un
medroso degenerado, de cráneo asimétrico y cara
mongoloide, vagabundo, impulsivo y dipsómano obsceno;
Wagner, el más degenerado de los degenerados,
grafómano, blasfemo y erotómano....”
A José Asunción Silva, desafiante, se añadió la pulla
no menos homérica del genial Rubén Darío:
“Una endiablada y extraña Lucrecia Borgia, doctora en
Medicina, dice en alemán, para mayor autoridad, con
clara y tranquila voz, a todos los convidados al
banquete del arte moderno; ‘Tengo que anunciaros una
noticia, señores míos, y es que estáis todos locos’.
En verdad, Max Nordau no deja un solo nombre, entre
todos los escritores y artistas contemporáneos de la
aristocracia intelectual, al lado del cual no escriba
la correspondiente clasificación diagnóstica:
‘imbécil’, ‘idiota’, ‘degenerado’, ‘loco peligroso’...
Cuando la literatura ha hecho suyo el campo de la
fisiología, la medicina ha tendido sus brazos a la
región oscura del misterio.
“El (Nordau) sentencia a decadentes y estetas, a
parnasianos y diabólicos, a ibsenistas y neoimísticos,
a prerrafaelistas y tolstoistas, wagnerianos y
cultivadores del yo.
“Otras causas de condenación: amor apasionado del
color, fecundidad, fraternidad artística entre dos,
esta afirmación, que nos dejará estupefactos, gracias
a la autoridad del sabio Sollier: es una
particularidad de los idiotas y los imbéciles tener
gusto por la música... Entre tanto, Nordau coloca
entre los grandes artistas de su devoción a un gran
músico: Beethoven. De más está decir que las ideas que
Max Nordau profesa sobre el arte son de una estética
en extremo singular y utilitaria.
“Así también a los que, sin ver el gran vocabulario de
la ciencia atea tienen también su nombre, penetran en
las oscuridades escabrosas del ocultismo y la magia,
cuando no en las abdominables farsas de la misa negra.
No hay duda de que muchos de los magos teósofos y
hermetistas están predestinados para una verdadera
alienación.
“Mas cuando Max Nordau habla del arte con el mismo
tono con que hablaría de la fiebre amarilla o del
tifus cuando habla de los artistas y de los poetas
como de ‘casos’ y aplica la thanatoterapia, quien le
sonríe fraternalmente es el perilustre docor Tribulat
Bonhomet, ‘profesor de diagnosis’, que gozaba
voluptuosamente apretándoles el pescuezo a los cisnes
de los estanques... El odiaba científicamente a
‘ciertas gentes toleradas en nuestros grandes centros
a títulos de artistas’, ‘esos viles alineadores de
palabras que son una peste para el cuerpo social’. ‘Es
preciso matarlos horriblemente’, decía”.
Como se advierte en estas lindezas, el estro rápido de
los poetas latinoamericanos no tiene desperdicio.
Silvestre Byrón. “Muy bizarro” (EAF/Liber,2002).

                        EAF/2002.-






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